La universidad, como el corazón, tiene análogo doble movimiento: de diástole o apertura en la acogida de nuevos asociados estudiantiles, mediante el proceso de admisiones y matrículas, para ingresar a las distintas carreras; y de sístole, en las solemnes, optimistas y al mismo tiempo, nostálgicas ceremonias de graduación, cuando la institución envía a la sociedad la nueva sangre oxigenadora de los noveles profesionales.
Es por esto que la USTA debe reconocer también y exaltar los méritos de quienes, sin recibir altos honores, van evidenciando sus calidades profesionales en el seno de las comunidades o las localidades a las que sirven con honradez y eficacia, influyendo en los rumbos intelectuales, culturales, educativos, sociales, económicos, religiosos y políticos.
En todos los casos, la rectitud y honradez son los criterios fundamentales para calificar los méritos profesionales. Por eso, afirmaba Tomás de Aquino: “La gloria del maestro es la vida honesta del discípulo” (Comentario Carta a Tito, c. 2 Lec. 2).